
Hoy he viajado en tren, como solía hacer a menudo, como hago de tanto en cuando, apagando las prisas, acariciada por el paisaje que me descubre la ventanilla de alguno de sus vagones.
Su ruido pasando por los raíles, como el ruido de las personas que viajan con nosotros en nuestra vida, destacando por momentos, apaciguando su importancia, calmando la sed de conocer y evitando el deseo de conocer demasiado.
Un tren, unos cuantos vagones, muchos asientos ocupados por cientos de personas que acumulan, dispares, las vidas, los recuerdos, las metas.
¿Cuán magia hay allí dentro? Es sutil, pero poderosa.
Es la magia de quien se reencuentra por casualidad o por destino después de algún tiempo.
Es la costumbre de mirar hacia donde no encontramos miradas, huyendo siempre de los prejuicios, de los exámenes curiosos de quienes intentan conocernos.
Es la gracia de saludar a quien tienes enfrente sin conocerle de nada, sin saber su nombre, su historia, sus miedos.
Es la alegría de quien habla por teléfono y te adentras, por unos minutos, en otra historia, en otros problemas, en otros rincones del mundo.
Es la ternura de una madre con su bebé, de un padre sonriendo a su hijo mientras lo sostiene en su regazo sin dejar de contemplarle.
Es esa mirada penetrante de dos jóvenes que viven el amor de adolescente, que no prestan atención más que a sus ojos.
Es ese apuro de quien tiene problemas al bajar al andén.
Es la inesperada espera en el vagón porque la vía está obstruida. Y entonces intentas entablar conversación con alguien cercano a ti, preguntándose unos a otros si se tardará mucho o poco sabiendo que nunca llegarán a la verdadera conclusión, que la quiniela, de todas maneras, no entrega más premio que el llegar al destino a tiempo.
La magia de un tren, la magia de tantas y tantas personas acomodándose a su futuro.
La magia de soñar mientras llegas a tu destino, disfrutando del camino, del tiempo ensimismafa y somnolienta.
La magia, a fin de cuentas, de la vida bien saboreada.
Gracias a los que sois la locomotora de mi particular tren, y gracias a mi combustible, el que no contamina, el que me alimenta, el que me hace continuar por los raíles de mi vida con una sonrisa.
Os quiero a todos, a ti; cielo, especialmente, te adoro.
Marina
Me encanta la entrada, y me fascina estar en tu tren. Si no hubiese conseguido subir, lo hubiese perseguido por lo larg y ancho del mundo para alcanzarlo, porque eres de esos trenes que sólo pasan una vez en la vida y que debes tomarlos sí o sí.
ResponderEliminarTe quiero mucho, compañera.
Marisol