Cuán caprichoso es el destino, amigo. Cuán ingenua mi mirada. Cuantas palabras tanto tiempo calladas... cuantos silencios por ti y por mí hablaban, querido amigo.
Hemos danzado al son de las caricias castas durante demasiado tiempo, quizá, para ti... y demasiado seguro, quizá, para mí.
Y en el bailoteo de nuestros juegos de miradas, nuestras manos, por momentos, hablaban un lenguaje que sólo parecía ser entendido por mi corazón y por ti.
Ambos hemos caminado paralelos, de la mano siempre; tú mirándome a mí, yo mirando hacia un lado.
Mientras yo le lloraba a las fuerzas implorando que a mí volvieran, tú recogías mis lágrimas del suelo y las guardabas, las mimabas, las endulzabas. Y mientras tú le llorabas al injusto destino yo sólo alcanzaba a abrazarte sin saber mirarte.
Ambos caminando de la mano, sí. Yo con la certeza de mi soledad, tú con la certeza de que yo nunca avanzaba sola.
Y así, tiempo prolongando mi ceguera y tu secreto, íbamos trazando juntos frases por nosotros hechas, conversando con los labios, aguantando con la cabeza, abrazando con las manos sueños que, para ambos, se escapaban.
Imaginando yo mi vida sin mí, imaginando tú una vida conmigo.
Y ha tenido que estallar el silencio, han gritado las palabras, se ha tenido que enmudecer el tiempo, se ha armado de valor el destino... todo ello para poder verme en tus ojos.
Marina