En las gradas se sienta uno cuando se considera espectador de lo que acontece. Miles de personas se postran intrigantes expectantes para comprobar con todos sus sentidos que han ido a experimentar algo que no les va a causar decepción.
Y así es, en cierto modo, lo que veo yo.
La vida es toda la expectación que mis sentidos perciben desde mis gradas. Porque allí me senté un día inconsciente, sin saber que de allí apenas me movería... y me senté por voluntad propia, feliz con mi libreta y mi bolígrafo de poder anotar con precisión y literatura todo aquello que pudiera alcanzar con la vista, el oído y los sentimientos.
Y aquí sigo... en mis gradas postrada cada tanto por algún problema u otro de salud.
Pues a cada uno la vida le da su papel y, en mi caso, me dió el de periodista... la que se sienta conforme y se desvive por aclarar todo lo que acontece para aquellos que, después de vivirlo, decidan repasar y sopesar lo que se considere importante.
Y hay tantas cosas que me encuentro aquí sentada... tantas y maravillosas historias que acontecen mientras yo no puedo caminar, mientras estoy presa de un ataque de ansiedad, mientras camino adormecida tras unas noches de insomnio o, sencillamente, por que el virus que acechaba mis alrededores a considerado oportuno visitarme antes de irse.
Sea cual sea el caso, frecuentemente me quedo postrada en las gradas de mi cama y de mi vida y me conformo con ver como el resto vive por mí y experimenta por mí mientras yo, aquí quietecita, me permito el lujo de darle rienda suelta a los vocablos castellanos y darles la forma y el color que se me antoje... al menos en ello sí mando yo.
Mas tras tanto infortunio, mucha envidia para con los sanos inconscientes que no se percatan de lo que tienen y cada vez más resignación y mucha consabida paciencia... me dedico a filosofar sobre las cuestiones imperantes de nuestras vidas... ¿Y quién sería yo ahora si la buena suerte me hubiese acompañado a lo largo de mi vida? Desde luego no la misma. No sabría ahora que la muerte no es algo a lo que tenerle miedo sino una alerta constante que te impide dormirte en los laureles y darte el empujón necesario para hacer y vivir todas esas cosas que te tocan por derecho y obligación. No sabría el esfuerzo cuán precio tiene ni lo difícil que es conseguir tus propias metas cuando tu cuerpo no te lo permite.
No sabría a lo que sabe el triunfo de quien consigue algo muy pequeño pero que le ha costado un mundo entero.
Tampoco entendería de la radiante energía que a uno lo desborda cuando se siente realmente bien, cuando nada le duele ni nada le pesa.
Y por entender muchas cosas me quedo sin vivirlas lo que debiera.
Y quizás ahora sí y buenas noches.
Mañana el destino decidirá si me levanto de las gradas para dar un paseo por la vida misma.
Marina