Hoy, a las 10 y media de la noche, después de cenar, compartir momentos con mi familia más cercana y habiendo dejado casi concluido los interesantes quehaceres cotidianos de mi habitación, me he sentado frente al ordenador sin saber exactamente qué hacer...
Es cuando he recordado por un instante intenso y corto del tipo de persona que soy: una chica corriente... puedo ser aquella niña que juega en el parque, puedo ser aquella mujer que va al colegio a recoger a sus hijos, puedo ser aquella joven universitaria con su carpeta en la mano con toneladas de apuntes por pasar a limpio al llegar a casa, puedo ser esa ancianita que le cuenta a sus nietos un domingo por la tarde junto a la chimenea las aventuras de su particular y mágica vida... y puedo ser, como no, la chica que soy sentada frente a su ordenador tecleando como una posesa todo lo que le viene a la mente.
Y como puedo ser la madre, la hija, la abuela, la hermana, la amiga y la vecina... como puedo ser cualquiera y tantas cosas quiera dentro del entresijo social de lo cotidiano... por ello me he dado cuenta de la cerca que estoy del resto de mortales.
No obstante, el objetivo último en ese instante intenso en el que he recobrado la conciencia sobre mi identidad, ese no era hacer el extenso testamento de locuras transitorias... realmente tenía pensada una breve introducción para dar paso a lo que quería, irremediablemente, hacer desde que salí el viernes pasado de una mágica casa, de un hogar que me devolvió la magia, de un lugar modesto entre tantos de ellos que me recordó por qué en el año 2006 me prematriculé en la diplomatura de educación social. Ese objetivo es, sencillamente, dar las gracias.
Durante un mes y medio, aproximadamente, he descubierto tanto en mí que me ha sido imposible no descubrirlo en los demás... y una enorme lección de humildad que creía ya aprendida ha arraigado (espero que por siempre) en mi conciencia y en mi corazón.
Nadie cree la posibilidad de que un niño pueda enseñar a un adulto, es incoherente, es absurdo, es ir en contra de las leyes de la naturaleza: la sabiduría radica en los que llevan más años experimentando con la vida.
Y cabe decir que no puedo renegar el hecho de que una persona con avanzada edad puede asombrar a cualquiera que le venga detrás... no obstante, cegados hasta la saciedad de una soberbia infinita, nos olvidamos que quienes aprenden más rápido son, a veces, quienes nos dan las mejores lecciones de la vida.
Pues en uno de esos momentos me he encontrado yo. Convencida de que iba a enseñar y educar... he salido con un libro de aprendizajes bajo el brazo.
¿Y qué te han podido enseñar unos críos? Se preguntaran algunos...
Y por qué no contestar que me han enseñado a disfrutar de las pequeñas cosas, a anhelar salir a correr al parque, al aire libre; me han enseñado a deleitar por un tazón de leche con galletas, a sonreír cada vez que algo hace gracia, a agachar la cabeza cuando algo no se ha hecho correctamente, a dar todo el cariño sin importarte si recogerás algo; a decir "te voy a echar de menos" aún sabiendo que es una persona transitoria en tu vida...
Y cuántas sonrisas tímidas han sacado estos chicos de dentro de mí... qué tierno es quedarse mirando a un niño mientras duerme plácidamente y acercarte, besarle la mejilla y susurrarle sabiendo que jamás lo oirán que le quieres mucho y que siempre te acordarás de él.
Y en esos momentos en los que te enfadas por una trastada y te contestan con la espontaneidad de quien nunca ha cometido ningún crimen... y qué decir del momento en el que entras por la puerta y se te tiran encima cada uno con su historia particular, con sus cromos, sus enfados, sus alegrías, sus éxitos, sus anécdotas divertidas... y no hay nada que se le pueda comparar a la sonrisa de un niño cuando le dices que esa noche serás tu quien le acuestes...puedo jurar que nada me ha hecho sentirme mejor.
Porque ahora entiendo que el orgullo de ser educadora no reside en diplomarte y graduarte entre multitud de gente y sofocantes calores... pues este se encuentra y se descubre cuando la sonrisa de un niño se te clava en la retina porque sabes que nadie más va a sonreír así para ti.
Por ello gracias a cada uno de los ocho niños que me han dado el irrefutable motivo de querer ser cada vez mejor persona y gracias a aquellas personas no tan niñas que han abierto las puertas de su rutina para que tenga el intenso placer de vivir una experiencia mágica.
Besos a todos ellos;
Hasta siempre;
Marina