Ella viaja com la piel teñida de maltrato. Su corazón congelado espera deshacerse al fuego lento del dolor. Ella camina despacio.
Harapientas ropas la disfrazan de vagabunda de sentimientos, como cuál prostituta falta de cariño y techo.
Ella ya no sabe siquiera su nombre y ya apenas recuerda el suyo. La chica sin identidad llora lágrimas de anhelo; llora todo su desconsuelo aprovechándose de cada uno de sus poros abiertos.
Una brecha en la dignidad y un navajazo en el costado derecho de su orgullo le provocan una hemorragia interna de sentimientos vacíos.
Desorientada, aturdida y sin rumbo ni destino, abandonada por la suerte y burlada por lo divino; ataviada con zapatos bañados de olvido se queda quieta en medio de la noche, apesumbrada y sorprendida por un torbellino aplastante de nuevas ideas.
Se arrodilla con una media sonrisa, se sienta en un bordillo cualquiera, agarra con fuerza el trozo de cristal de botella fuerte por miedo a que se le resbale y mira una última vez el firmamento, un espectáculo exhibido únicamente para ella... y en la masa oscura de la noche puso en contacto el filo de cristal con su magullado envoltorio y así deslizó el objeto cortante por sus últimos segundos de vida.
Marina