
Yacen hoy sobre la espalda de una niña miles de mochilas mal cerradas... sus bolsillos del revés recuerdan su aire descuidado, su tierna confianza... ella abre al mundo todo lo que el mundo un día no le abrió a ella.
Y esa niña camina hoy despacio, contando los pasos, uno, dos, tres... perdiendo la cuenta en cada uno de ellos, volviendo a comenzar des del cero... no le importa.
En su particular jardín ya no florecen rosas blancas, ya no se entallan con espinas altas y vigorosas... y la niña voltea contenta por poder tocar y oler las flores marchitas sin hacerse daño. Es seguro su jardín lleno de flores muertas ... ¿sin color? No importa, ella les regala témperas con un pincel cada mañana.
Ya no son rosas blancas, ahora pintas colores diversos, vivos y variopintos. Ahora su jardín marchito parece el más hermoso de todos... pero su jardín no huele a rosas frescas... y eso tampoco importa. La niña se encarga cada noche de perfumarlas una a una... con sumo cuidado, cantando, bailando, dejando que la noche recaiga sobre sus ojos.
Cuando el Sol termina por esconderse... no hay oscuridad que a la niña aflija, tampoco importa no tener al Sol en su compañía... teniendo tantas estrellas brillando una a una por ella y por sus rosas muertas. Enciende la niña su linternita y alumbra cuidadosamente el camino que rodea las rosas ya pintadas, ya a medio perfumar... ya sin el pavor de recibir el dolor de sus espinas.
La niña vuelve tarde a casa. Sus padres la esperan dormidos uno al lado del otro. Recostaditos, quizá ajenos a los delirios de su pequeña.
Dejando en el suelo de cualquier manera su mochila a medio cerrar, se lanza sobre su cama, esponjosa, rebotante, espléndida para esa noche en la que la niña dormirá, otra vez, sola.
La niña se despoja de su floreado y veraniego vestido, lo lanza muy lejos, reposando en la entrada de su habitación. Contenta por su genial lanzamiento se dispone a meterse en la cama sin ropas, sin ataduras, sin botones que la aten de nuevo a la locura, quiere dormir ancha y plácidamente... quiere, por una vez, intentar soñar. La niña se duerme.
Amancen sus ganas de llorar en el mismo momento en el que un rayo de luz apacigua sus pesadillas... se despierta sobresaltada, de nuevo, y con la frente empañada de un sudor frío, cortante, repleto de miedos y fantasmas que habitan su habitación noche tras noche.
Ya en la vigila de sus miedos, la niña decide salir de la cama, ducharse con agua bendit cayéndole por todos los costados... inclinándose de cuclillas para así llorar y que no le oiga más que la tierra y el polvo que la desnudan.
Sale la niña repleta de resplendor enjabonado. Huele bien, sabe bien, sus ojos bañados se disponen a pasear por el telón de la función. La niña actúa.
Con su vestidito inocente, su mochila a medio cerrar y unas manos repletas de cariño se dirije de nuevo a su refugio y a su rosal.
Con su nuevo canto y sus nuevas ganas de evadirse de su realidad, la niña se encuentra con un muchacho al frente, repleto de un ramo de rosas exuberantes, rojas como nunca, llenas de espinas prominentes... el niño se lo ofrece diciendo: "Estas están vivas, pequeña, tómalas, huélelas, y no temas por las heridas... sé curarlas."
La niña se estalactita por segundos, petrificado su corazón, empieza a romperse en mil pedazos para así latir con fuerza. La sangre emana por todas partes de las manos de la pequeña... un dolor agudo se le clava en el alma mientras el muchacho para quieta su mirada clavada en ella.
La niña retira de sus manos esas rosas rojas y las coloca con sumo cuidado delante del rosal marchito. Observa la diferencia y empieza a recordar cuán bonito fue su rosal cuando ella se dedicaba a regarlo en vez de perfumarlo, cuando lo abonaba en vez de pintarlo, cuando recogía con cuidado rosas espinosas y vigorosas... entonces su corazón sí latía...
Vuelve la niña la mirada hacia su nuevo compañero de jardines marchitos... se acercan mútuamente, él con sumo cuidado, ella con terror en las manos.
La niña da de nuevo un paso atrás... revisa sus flores, las mira, las siente parte de ella... y entonces arranca a correr para abrazar a quien llebava en sus manos la cura de sus heridas.
Marina
No me quedan ya palabras por decir que no hayan pronunciado anteriormente mis labios. Te apoyo incondicionalmente. Lo sabes. Lo sé. Juntas regaremos las pequeñas flores que siguen naciendo entre los hierbajos del corazón. Ls que brotan del alma, aunque duelan.
ResponderEliminarMarisol