
Un aire gélido agita mis sentidos. Hace bastante frío, la humedad se cuela bajo las ropas y hace tope entre los huesos, los músculos se agarrotan. Sonrío, el corazón se ha congelado por un instante. Sólo uno, sé que es breve...no obstante, me encanta.
No puedo evitar sentirme dichosa de no sentir nada, no puedo evitar evadirme de mí misma y encontrarme en una realidad paralela en la que las cosas son lo que yo determine que sean.
Si cierro los ojos, soy capaz de atizar al viento con mis enmarañados cabellos. Soy capaz de volar por encima de mis hombros, soy capaz de ser quien no soy y dejar de ser quien existe en este patético mundo en mi lugar.
Soy muchacha desprendida del mundo real, en estos instantes, soy toda felicidad porque no soy yo.
Casi puedo confundirme con el aire, si aguanto la respiración puedo sentir como por mis dedos viajan la tranquilidad y la armonía, suben hasta los ojos, ya no tan pesados, y bajan en forma de lágrimas de alegría por mis mejillas hasta rodear el contorno de unos labios ya muy gastados por el viento frío y el gélido aroma del amor escurridizo.
Los pies casi no responden, se quedan quietos, firmes, arraigando las buenas nuevas que la Navidad me devuelve con retraso de largos años.
Abro los ojos, hay mucha luz, demasiada para esta mágica noche.
Estoy sola, me siento sola, me acompaño a mí misma y sonrío.
Sé que el calor sofocante de mis miedos volverán pronto, la confusión arrasará y despellejará mis sentidos, pero estoy acostumbrada al negro abismo y volveré a él con la digna resignación de los cobardes.
Feliz Navidad
Marina
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